Subimos las escalaras. Alejandro, mi hijo de 11 años, iba delante brincando algunos escalones. Juanita seguía detrás, sus piernas pequeñas de 5 años tratando subir más rápido. Gritaban con los emociones de terminar la escuela para el día. Esperaban al frente de la puerta mientras abriera. Corrieron por el vestíbulo y entraban en la sala. Se saltaron en los sofás rayados y rojos que sentar paralelas el uno al otro, e inmediatamente pudieron en marcha la tele que es puesto cerca de la pared, bajo un gran mapa de México. Mientras tanto caminé por el vestíbulo y giré al derecho por nuestra cocina pequeña. Mi mujer, Elsa, le acogió mis hijos y me dio un beso.
Después de cenarnos era tiempo a dar mi noticia importante. Tenía emoción porque había planeado este por meses y en lo había pensado por años. Nos reunimos en la sala al lado del tele, mi mujer cerró la ventana abierta porque el ruido del calle. Señalé con mi dedo al mapa. Explicaba que nuestra familia vayamos a viajar a Juxtlahuaca, mi pueblo natal en Oaxaca, Mexico, a visitar mis padres. Sentía aliviado cuando mis hijos mostraban sus emociones en las caras, tenían emociones a ver mi hogar, podrían comprender su origen afuera de EEUU.
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Llegamos lunes después de un vuelo de Atlanta y paseo en coche. Me bajé del coche y inmediatamente Juxtlahuaca me abrazó. Sentí el aire fresco de las montañas de Juxtlahuaca, estrechando a me entre sus brazos. Ahora, tan cerca, podía olor mi Jefa (madre, mama?) completamente, su fragancia y sus árboles frescos y mojados. Me acogió. Aunque me hice hombre y la he dejado, me acogió.
Entramos en la casa sin subir escalaras. Tenía un piso solo, simple y fácil. Estaba blanca con una gran ventana en el lado izquierdo. Cuando era joven, Mi madre me había buscado a través de la lluvia que caía cada día en la tarde. Cuando llegara, detrás de la ventana cerrada, ella señalaría mis zapatos cubiertos del lodo de los caminos de tierra y la lluvia de la tarde. Ahora dentro la casa, a través de la misma ventana, miré Ale en la lluvia ensuciando sus zapatos. Siempre, Juxtlahuaca se hace limpiar los zapatos antes de entrar la casa.
Martes, guié mi familia por la ciudad, recordando los lugares donde, cada día, había jugado con Omar y Luis Fernando. Era agridulce porque sabía que ninguno amigo permanecía en Juxtlahuaca. Que más, en cada esquina, Ale lo hizo ascos a los señales descoloridos y los perros callejeros y claro, Juanita seguía sus acciones. Me entristeció que no pudieran entender el carácter de Juxtlahuaca. No pudieron entender que el razón que todos salimos no era las señales descoloridos, el olor, las danzas durante carnaval o la lluvia.
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Subimos tres pisos de regresar a nuestro apartamento. Los sofás estaba el mismo, el mapa estaba el mismo y cuando abrimos la ventana, el ruido estaba el mismo. La vida en EEUU continúa sin Juxtlahuaca. Es más fácil a ver a dentro una ventana que fuera y era evidente que mis hijos no pudieron ver Juxtlahuaca. Pero había vivido en el hogar de Juxtlahuaca y sabía cómo era adentro. Cada día mi madre Juxtlahuaca mira al otro lado de su ventana y vea sus hijos en EEUU ensuciando sus zapatos. Cada día en la tarde llora Juxtlahuaca.